Foto: Club de Montaña Nabaín.

El Club de Montaña Nabaín reunió a jóvenes y menos jóvenes para recorrer el barranco Viandico en una primera salida familiar de este deporte. Conocido entre los habituales como el “Friandico”, por el carácter helado de su agua de surgencia, está situado en las inmediaciones del cañón de Añisclo, en pleno Sobrarbe. Este rincón es un clásico para iniciarse en el descenso de barrancos: un lugar mágico en el que la roca, el agua y la vegetación se combinan para ofrecer un entorno salvaje y espectacular, según cuenta en su crónica Inés Gimeno.

Foto: Club de Montaña Nabaín.

Con un grupo formado por seis adultos, tres intrépidos niños y cuatro monitores y acompañantes que nos guiaron salimos del aparcamiento de San Úrbez, punto de partida habitual. Apenas unos minutos de aproximación bastaron para entrar en calor y sentir cómo el sol iluminaba las paredes calizas del entorno, anticipando lo que nos esperaba dentro del barranco.

Foto: Club de Montaña Nabaín.

Pronto llegamos a la cabecera, donde comenzaba la surgencia, el agua cristalina y gélida nos dio la bienvenida. El contraste fue inmediato en el primer salto: el frío que recorría el cuerpo se veía compensado por los rayos de sol que, de vez en cuando, se colaban entre las gorgas, creando destellos de luz sobre la roca húmeda. Para combatir la sensación heladora, nada mejor que unas risas y unos bailes improvisados que terminaron por contagiar a todo el grupo.

Desde ese punto, el Viandico nos regaló una sucesión de experiencias que atraparon a grandes y pequeños. Toboganes pulidos por la erosión, sifones juguetones y rincones escondidos nos llevaron a descubrir el barranco con la emoción de estar explorando un mundo secreto.

Los saltos fueron otra de las notas dominantes del día: el entusiasmo de los niños al lanzarse al agua fría resultaba contagioso, y no fueron pocos los adultos que se animaron a repetirlos una y otra vez. El colofón llegó con el rápel final junto a la cascada, una maniobra tan vistosa como emocionante.

Tras salir del barranco, con las sonrisas todavía congeladas en la cara y el cuerpo deseando recuperar el calor, nos esperaba la mejor recompensa: una comida compartida en Escalona. Entre platos, anécdotas y risas, revivimos cada salto, cada miedo superado y cada momento de complicidad vivido en el agua.

Así terminó una jornada redonda, donde el Viandico nos enseñó de nuevo por qué es uno de los barrancos más especiales del Sobrarbe: accesible, divertido y con la dosis justa de emoción. Para los más jóvenes, fue una experiencia de aprendizaje y superación; para los adultos, un recordatorio de que la montaña, compartida, siempre se disfruta el doble.